Roberto Barillas: «El sueño de convertirse en empresario».

Roberto es un joven de 28 años que hace cinco años desesperado por no encontrar un empleo tomó la decisión de establecer su propia empresa, una fábrica de zapatos para dama. Sin mayor capital, pero lleno de ideas escribió primero en papel lo que soñaba. Todavía no logra todos sus objetivos, pero sigue empeñado en convertirse en un gran empresario de esta industria.

De niño Roberto observaba la modesta empresa de calzado de sus padres instalada en la cochera de la casa familiar, era calzado popular que distribuían en los mercados de la capital y aunque aprendió lo básico nunca se imaginó que más tarde ese mismo rubro le generaría ingresos y le despertaría su espíritu emprendedor.

En 2015 el joven vio como sus padres se iban a la quiebra debido a que quienes les habían solicitado zapatos al por mayor incumplieron los contratos.

Sus padres acomodaron las máquinas en una esquina de la casa y comenzaron a pensar en cómo salir adelante. Emilie la hija mayor hizo de todo para ganar un poco de dinero y Roberto buscó hasta el cansancio un empleo acorde a la carrera que cursaba, Mercadeo, sin encontrar nada.

Con apenas 23 años tomó la vieja maquinaria de sus padres, contrató dos expertos zapateros y lanzó una línea de calzado para dama, la primera de muchas y fundó Calzado Emilie, nombre en honor a su hermana, quien siempre ha sido una de las personas que más admira.

“Comencé con escaso capital y lo que iba ganando iba comprando cueros, suelas, pegamento y lo que pudiera y así paso a paso fuimos creciendo”, explicó.

El camino al crecimiento

Roberto reconoce que se inclinó por el emprendimiento desesperado por no hallar empleo y ante la urgencia de ayudar a sus padres pero pronto descubrió que la producción de zapatos era lo suyo.

Desde entonces se dedica a estudiar tendencias de moda, buscar nuevos estilos que salen a nivel internacional y tratar de replicarlos en el calzado que elaboran los zapateros de su taller.

Los primeros zapatos los comercializó en redes sociales y de inmediato logró posicionar la marca y conseguir la demanda necesaria para tomar nuevas decisiones.

En dos años logró contratar ocho zapateros y producir hasta 900 zapatos por mes, entre plataformas, zapatillas, zapatos de tacón, sandalias de piso y otros estilos.

En 2017 también rentó un espacio junto a un colectivo de emprendedores para ofrecer sus productos, espacio que rápido se le hizo pequeño.

Para 2019 ya había rentado un espacio para instalar la tienda y otro para la fábrica, e iba tras su sueño: Lograr montar una tienda en un centro comercial.

Sara, su prometida se incorporó de lleno al negocio y hoy día juntos construyen un proyecto de vida que va más allá del negocio. Roberto quiere crecer, asegura que entre sus metas está contratar más zapateros y generar muchos más empleos.

Además de los zapateros, cinco que ya se han reincorporado a la fábrica, Roberto genera empleo para una persona a cargo de la tienda.

También está pensando en “maquilar” calzado de exclusivas tiendas de ropa y colocarles la marca,  y por supuesto, pasar de la pequeña tienda que ahora posee a un centro comercial donde pueda exponer y vender su variedad de zapatos.

La pandemia le complicó un poco sus planes, ya que si bien implementó el domicilio y logró vender, pronto la escasez de materia prima le generó pérdidas económicas de hasta un 70% en los meses más críticos del confinamiento.

Cerró la fábrica y también la tienda y desde casa junto a su novia se dedicaron a repartir lo que tenían hasta que la demanda los superó. Sin embargo, con apoyo de uno de los zapateros intentaron suplir los encargos hasta que en septiembre, por fin pudieron reactivarse.

Levantarse no ha sido fácil, pero las compras de zapatos no han parado y él cree que obedece a que es un producto que las mujeres siempre van a necesitar.

Incluso en los meses duros de la crisis donaron un lote de zapatillas a los afectados por las tormentas, porque se convencieron que cualquier mujer estaría feliz de estrenar un par de zapatos.

Roberto asegura que no se arrepiente de haberse convertido en emprendedor y va por más. Dice que esta decisión le ha dado varias lecciones, las más importantes desarrollar el carácter y ser empático.

“Yo he aprendido que siempre hay gente en peores situaciones que uno y hay que ponerse en sus zapatos para tomar decisiones. Todos pasamos crisis y hay que ser más perseverante y tener ese lado humano que nos permita conectar con otros”, cuenta.

Él está convencido que hay que salir a buscar las oportunidades y mantenerse atentos, porque a veces pueden estar muy cerca. Además cree que todo pasa por algo y por ello el haber pasado la crisis familiar y enfrentar la negativa de ser contratado solo lo encaminó a lo que más tarde se convertiría en el proyecto que lo mantiene lleno de entusiasmo y de sueños.